Hubo una
fiesta el pasado fin de semana, era una disco espectacular; había luces
sicodélicas de todos los tipos, un par de potentes altavoces de 300 W cada uno
y el Dj era genial; los bartenders estaban muy solicitados y la pista de baile
rebosaba de júbilo, la música era contagiante y la gente se esmeraba en
demostrar sus mejores pasos; cuando de pronto entró un caballero serrano de
aspecto vigoroso, se llamaba “Huayno”; ni bien pisó la pista, con un ágil y
energético zapateo, atrajo las miradas del resto de bailarines; el zapateo era
dinámico pero acompasado, la pasión con que bailaba era digna de admiración;
durante la pieza de baile fue el centro de atracción, su vitalidad y alegría
fueron una constante en toda la canción.
En la
siguiente canción, hizo su ingreso una hermosa puneña, de impactantes ojos
marrones y una frondosa cabellera negra, su nombre era “Saya”; sus sensuales
movimientos fueron la sensación de la pista, un zapateo menos enérgico que el
de Huayno, pero más cadencioso, fue la envidia de muchas señoritas, que no
podían competir con el saleroso ritmo de la bronceada damisela. Luego hizo
partícipe del baile, un jocoso jovencito arequipeño de simpática vestimenta, de
sosegado zapateo pero rítmico, su nombre era “Wititi”; la elegancia del cóndor
Colqueño se veía reflejado en sus armónicos movimientos; junto a él, un grupo
de jóvenes de tez trigueña que llevaban máscaras de tipos de raza blanca,
realizaban un zapateo aún más pausado, quizá menos rítmico pero con más finura
en su desplazo, ellos se hacían llamar “Chonguinada”; todos estos bailarines antes
mencionados poseían un ritmo distinto del otro, pero a la vez con una
semejanza, un zapateo que caracteriza la fuerza de su raza y una cultura
inquebrantable.
Luego el
Dj, empezó a cambiar el ritmo a uno más atropicalado; en eso, salto un
sonriente moreno de ensortijada cabellera a la pista; sus extravagantes
movimientos pélvicos causaban sensación entre los concurrentes, sus manos y
hombros temblaban al compás de su pies; su nombre era “Festejo”, lo más
llamativo era, que por más cambiantes que fueran sus pasos, su nivosa sonrisa
relucía fulgurante; luego salta a la pista otro negrito, con movimientos muy
parecidos al de Festejo, pero más graduales; sus pies, hombros y brazos se
mezclaban armoniosamente en un sacudir calmo y acentuado, su nombre era
“Landó”; eso sí, sin perder esa vivaz sonrisa y la sensualidad de sus
movimientos. Luego de unos minutos, entro una portentosa negra de sensuales y
largos rizos, de sibaritas caderas y exquisita sonrisa, se llamaba “Alcatraz”;
en su abultada sentadera llevaba un listón, que brincaba agitado por los
vigorosos movimientos de su baile; al verla, los embetunados danzantes,
alistaron sus encendidas velas que más parecían cirios, para ir tras ese
inquieto listón y flamearlo tal cual lomo saltado; todos ellos representan la
vivacidad y la algarabía que corren por sus venas, junto a esa sangre tan roja
como la de cualquiera, porque él que no tiene de inga tiene de mandinga.
Luego de
tal demostración, de los bronceados danzarines; un apuesto piurano de nombre
“Tondero”, se animó a entrar a la pista y animado por los movimientos de los
morenos, soltó sus pies y con esa amorochada quimba le agregó algo de
elegancia; para hacer más notoria su elegante cadencia, sacó como cual mago un pulcro
pañuelo, que se movía al compás de su zarandeo; al apreciar tal elegancia, una
hermosa joven norteña, de tez clara y castaños cabellos, se acercó al joven con
coquetos movimientos y pañuelo en mano; su radiante e inmaculada sonrisa,
aliada estratégicamente a sus pausados y finos desplazamientos, cautivaron a
toda la concurrencia; y su gallardo compañero de baile, no tuvo más remedio que
caer de rodillas ante sus pies al terminar la canción; la bella moza de nombre
“Marinera”, terminado su baile, fue reconocida como la reina del mismo.
Luego de
muchas horas, concluyó la fiesta; en eso, entran 2 muchachos capitalinos, de
desconocidos nombres de pila pero que se hacían llamar “Criollos”, uno con
guitarra y el otro con cajón en mano, soltaron alegres melodías que avivaron
los ánimos de la concurrencia; minutos más tardes cansados los músicos, una
hilera de exóticas féminas desfilaba con deleitantes movimientos, al compás de una
música festiva y contagiante, eran las “Charapitas”; que alborotaban a todos
con su alegría e innata sensualidad. Unos minutos más tarde, algunos se
quejaron de la fiesta, alegando que no hubo nada del otro mundo en los bailes
mostrados; en ese momento, dos pequeños hombres de inmensos sombreros y con
tijeras en mano, empezaron a realizar acrobáticas piruetas, que dejaron a
muchos boquiabiertos, muchos creyeron que los nietos de Vanilla Ice y Mc Hammer
habían llegado, lo que no sabían que el Break dance ya se bailaba hace miles de
años en los Andes Peruanos, eran los “Danzantes de Tijeras”.
En este día
de fiesta criolla, dejémosle el Halloween a los niños, es momento de apreciar
nuestras tradiciones y nuestras costumbres; las danzas y música en el Perú son
tan variadas como nuestra sublime gastronomía; todo producto de esa mestización,
que se ha acentuado con el pasar del tiempo; zapatea con la fuerza del serrano,
mueve las caderas con la gracia del negro, baila erguido y elegante como el
orgulloso norteño y desenfrena tu alegría la bailar como lo hace el selvático.
El Perú es
un tonaso; chupa, come y baila como peruano.
Jorge
Horna!